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El Pata y el Testa (Julio V. Altman - Argentina)


(Dedicado a Osvaldo Soriano)

- El fútbol, antes, era cosa de hombres -me dijo el Gordo, una vez en que coincidimos en un bar de la calle Sarmiento. Allí donde, en una época se reunían los artistas de variedades.

Un televisor sin sonido, mostraba un aburrido partido, entre dos equipos, que yo, que no se nada del tema, no pude reconocer por sus camisetas.

Fue el punto de partida para una larga charla, en la que el protagonista fue él, que sabía o inventaba tantas historias que podría haber escrito varios libros, sin repetir nada, ni un penal fallido.

Aquellos eran tiempos en que aparecían jugadores que jamás podrían pasar por la tecnocracia de estos directores de laboratorio, me dijo a manera de introducción, y yo sabía que venía algo fuerte, lo intuía.

El Gordo, había vivido bastante tiempo en las provincias y ese era el motivo por el que no era posible chequear los datos, que tiraba como al descuido, como que “fue el año en que se hizo lo de Suecia” o que “Al intendente lo volvían loco esos partidos de medio pelo, que se hacían entre los pueblos vecinos” y hasta daba nombres de tipos que luego trascendieron en la vida pública.

- Vos sabés, que lo que pasa afuera, nunca se lee en los diarios de acá. No es noticia.

La cosa es que había un campeonato que se jugaba en el verano del 58’, en Comodoro Rivadavia. Era el auge del petróleo y como ocurre en el Sur, se juntaba un gaucho de cada pueblo. A uno de esos que jugaba de delantero, lo llamaban “Pata de Burro”.

Era un personaje de esos, que si hubiese sido mudo, no se le habría notado y no te voy a decir que era de bajo perfil, porque tenía una nariz de sifón que la rompía. El pelo de alambre renegrido, marcaba su origen, aunque por esas travesuras de nuestra condición, tenía ojos claros.

Cuando corría, se le notaba un leve balanceo hacia los costados, pisaba como para que no crezca la hierba, como Atila, y lo de “Pata de Burro”, se lo pusieron el día que en un apuro, frente al arco, partió de una patada uno de los palos, por lo que tuvieron que parar el partido.

Le tenían miedo, era de de buena leche, pero peligroso hasta de contragolpe. Sus penales no fallaban. Él los pateaba al medio, a las manos y, muchas veces los dejaban pasar, por instinto de conservación.

El otro equipo, con el que se definiría quién se llevaba la copa y las cinco “fragatas”, que puso el intendente, de la caja municipal, también tenía lo suyo, el guarda vallas era el único que le había atajado un penal al Pata y pudo seguir jugando.

Era el “Testa”, a él le gustaba meter el cabezazo y era tan potente, que hacía volar la pelota como un misíl. El tipo justo para ese partido. Como señas particulares, era culón, cosa que no es común en esos oficios y de hombros estrechos y cuello largo. Su silueta era reconocible de lejos.

La tarde era más que calurosa. La cancha, bien cuidada, tenía de fondo las torres de un campamento de YPF.

El partido comenzó sin emoción, se jugaba con desgano. Transcurrió el primer tiempo sin pena ni gloria.

Al salir, en el segundo tiempo, hubo algunas corridas más interesantes. El “Pata” esperaba “su” pelota y se dio un tiro libre, que pateó un compañero. Hubo un rebote y varias piernas buscando la redonda.

Cuando la vio el “Testa”, en línea con el “Pata” no dudó. Se tiró de panza sobre ella. Fueron esos segundos en los que puede explotar el mundo. Los hinchas gritaron el gol a garganta llena, incluyendo al intendente.

El referí hizo señas diciendo que no, levantó la pelota de entre las manos del arquero, al tiempo que daba por terminado el partido.

En el fondo de la red, unos ojos terriblemente abiertos, indicaban el error. El “Testa” seguía en el suelo, a diez metros de su cabeza.

El Gordo, para estas historias, era increíble.

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